jueves, abril 19, 2018

Entre Schell-as y Larco-chentas


"No te tomes la vida tan en serio. Al fin y al cabo, no saldrás vivo de ella." - Les Luthiers

Eran las siete de la mañana y ya estaba camino a mi nueva chamba. La idea de trabajar en aquel lugar era una experiencia nueva para mí y eso me reconfortaba (cuando se pasa de base cuatro, lo nuevo pesa doble).

El bus me botó a las siete y cincuenta frente al parque Kennedy. Pocos millennials imaginan que treinta años atrás, en plenos ochentas, aquel atractivo turístico era casi un pantano donde los adolescentes hacían y deshacían, para luego “borrar cassette” (cassette: eso que antes servía para oír música y que se retrocedía con un lápiz).

Cambiando de #modo


Nunca trabajé en Miraflores; ese punto urbano solo era referencia de amanecidas para mí, nunca de trabajo. Resultó por eso extraño volver a recorrer sus calles en modo laboral.

¿Cómo asimilar a la Calle de las Pizzas como parte del entorno de mi nueva oficina? Cierto es que, en los alrededores, oficinas es lo que más se ve ahora, por encima de restaurantes y librerías; eso ayuda.

Pero en aquel entonces Larco era una hilera de huariques donde se vendían “Margaritos” de cerveza de litro cien, con su pollo broaster más. Entre Diagonal y Benavides, los huecos más alucinantes escondían el humo de cientos de cigarros y el inconfundible “aroma” de la cerveza derramada.

En el bulevar de las pizzas la samba del Aló Brasil reinó desde que “¡manya, agarraron a Abimael!”, y era el trampolín de quienes luego “la seguían” en Barranco, infestado de hormonas en revuelo. Yo no sabía bailar samba -ni nada en realidad, felizmente existía el rock- pero asistía a aquel lugar todos los sábados con toda la mancha.

"Aprendí que los principios dan miedo, que los finales son tristes y que lo que importa es el camino." - Joaquín Sabina

Un nuevo amanecer


Pero aquel primer día en mi nuevo trabajo, Miraflores me recibía con otro rostro. Sin embargo, por más limpio y ordenado que tuviera su cutis, no podía evitar un sentimiento de nostalgia por aquel delicioso caos que lo hizo memorable para otras generaciones y odiable para otros tantos padre de familia, aterrados por toques de queda, coches bomba y torres derrumbadas.

Luego de hacer tiempo en el parque contando gatos, ingreso a mi nueva chamba en la esquina de Schell y Larco. Siento que me elevo hacia una cima llena de incertidumbre y nuevos retos. Miradas llenas de preguntas me reciben, comentan, sonríen y listo: me siento como en casa. He tenido suerte; una vez más, he tenido suerte.

Aquí se conversa, se bromea, se oye música y por supuesto se trabaja y mucho. El colorido de los post-its y la terminología MIT le dan a aquel rinconcito un aire de libertad con aroma a empresa-privada-best-place-to-work.

Me presentan, me ubican y me acogen. Abro mi laptop y en mi mente le mento la madre al Windows XP, que finalmente reacciona (aunque luego lo jubilaré igual).

Por lo demás, todo es A-1.

Todo tiene un propósito contenido


Entonces a trabajar, siempre lo más lejos posible del cuello y corbata; a trabajar en un proyecto realmente innovador, oficializado y empoderado; a trabajar en la creación de contenido útil para mejorar la calidad de vida de la gente y agradecer que tengo una chamba con propósito.

Puede que, después de todo, esa misma libertad que distinguió a Miraflores durante tantos años no se haya perdido. Es más: estoy convencido de que se encuentra concentrada, como discoteca ochentera a las tres de la mañana, en un espacio en el que trabajar es lo divertido y en donde terminé este post.