Es de felicitar la iniciativa de Martha Hildebrandt sobre la gratuidad selectiva de las universidades públicas. Hay una gran cantidad de estudiantes que se benefician de esta norma pudiendo pagar sin problemas una pensión universitaria y que aprovechan la oportunidad para no pagar por lo que aprenden. Pero lo que es más grave, lo hacen quitándole la opción de hacerlo a aquél que no puede pagarla.
Sin embargo, queda por aclarar que harán con esos nuevos fondos. El virus de la burocracia de las entidades estatales hace ya tiempo que se instaló en todas sus dependencias. El dinero, ¿servirá para mejoras de infraestructura, materiales de enseñanza, cumplimiento de compromisos laborales, etc.? O se perderá en la mar inmensa del papeleo kilométrico?
La uniformización de la educación tiene una de sus variables en la gratuidad. Al igual que los uniformes escolares, estaban destinados a "uniformizar" a los alumnos para que ninguno se viera más o menos que otro. En la práctica no sirvió de nada pues cuando hay ganas de marginar, se margina de cualquier manera. La gratuidad selectiva podría así también ser una herramienta de marginación de los que sí pagan contra los que no lo pueden hacer.