En Lisboa, Machu Picchu, Cusco, Lima y en todo el Perú se dieron muestras de algarabía como nunca antes se había vivido. En tiempos tan difíciles en los que incluso en la misma región en la que se ubica esta maravilla hay enfrentamientos de poder y demandas sociales por años postergadas, los enfrentamientos dieron fácil paso a la unidad. Manos entrelazadas de campesinos, políticos, fuerzas del orden y turistas aparecieron en las pantallas el día sábado pasado, demostrando que realmente "sí se puede" no es tan sólo una frase, vista más como un sonsonete sin contenido alguno; es una realidad, y de ahí un punto de partida, el esqueleto de una nueva posibilidad de sociedad progresista hacia el futuro.
Sin embargo, será inevitable oir voces retrogradas acostumbradas a encontrarle el pero a todo, especialmente a aquello que no les conviene por no redituarles beneficios directos a ellos o por el simple hecho de beneficiar a sus enemigos. Estarán a la orden del día esperando la más pequeña ventanita para lanzar dudas odios y sizaña y relativizar mezquinamente la gran victoria lograda por el Perú.
Incluso se dará el colmo que mientras ningunean este acontecimiento, estén por otro lado justificando la ineptitud e incompetitividad de la selección peruana que sencillamente no estuvo a la altura de Machu Picchu y no supo corresponder como debía al esfuerzo y alianza de todos los que votaron por la "Vieja Montaña".
No dejemos que venzan. No dejemos que la fábula del balde de los cangrejos (los peruanos hacemos lo mismo que ellos al jalar hacia abajo al que trata de subir) se imponga, en un país que tiene más de lo necesario para ser, a vuelo de Cóndor, ejemplo de desarrollo y civilización para las generaciones por venir.
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