"Para juguetes, los de mis tiempos", se les solía escuchar a nuestros abuelos, que no paraban de quejarse del carácter violento que estaban adquiriendo los entretenimientos para niños en los años ochenta.
La misma frase se nos antoja ideal en estos tiempos, aunque por diferentes razones: A la primera lista negra de juguetes con niveles elevados de plomo, se ha sumado una
segunda lista, para el caso del Perú.
En el mundo ya son más de una veintena de millardos de productos los que han sido retirados de circulación o devueltos, la gran mayoría en los Estados Unidos. La procedencia y la marca son la misma: Fisher Price, hechos en China. ¿Y así queremos firmar un TLC Oriental con estos señores?
Una de las primeras víctimas fatales de esta crisis es Zhang Shuhong, director de la fábrica China productora de los juguetes tóxicos. Shuhong se suicidó al enterarse que su país le había quitado el permiso de exportación de sus productos, 80% de cuyo destino era Estados Unidos.
Un nuevo tipo de violencia, la contaminación química alevosa, se encarna entonces en productos que tienen como objetivo a lo que la población humana entera considera como su tesoro más preciado: nuestros hijos.
Pero si reflexionamos un poco sobre el tema, veremos que esto es sólo la punta de un iceberg de color plomizo. Fisher Price -distribuidores incluidos- ha sido la única empresa que se ha atrevido (probablemente más por razones de sobreviviencia comercial) a denunciar a sus propias creaciones como tóxicas, en décadas. No se tiene noticia de una retirada a escala planetaria de productos, en ninguna categoría. ¿Qué nos hace pensar de que son los únicos? ¿Qué nos impide pensar que sean uno más de los muchos que, a lo largo de los años, han envenenado a generaciones enteras?
Es difícil de probar; los efectos de una contaminación química o metálica pueden ser tan lentos que generalmente se les atribuyen a muchas otras causas. Pero también es muy cierto que los niños de hoy tienen enfermedades y dolencias muy distintas a los de antes. Algunas de ellas se atribuyen, por fin de manera abierta, a la contaminación ambiental. De otras no se sabe el origen o si se sabe se calla.
Hace poco se supo, a través del documental "La Verdad Incómoda" acerca de lo avanzado de los cambios climáticos y de como, por ejemplo, muchos científicos alrededor de la Tierra se vendieron a cambio de alterar informes u omitir palabras en ellos, a fin de que no se supiera con exactitud la realidad sobre lo irreversible de la situación.
La posibilidad de que algo semejante, pero monstruosamente peor, esté sucediendo con aquello con lo que nuestros niños crecen y duermen, es cada vez más fuerte.
En el Perú -así como en otros países subdesarrollados donde campea la informalidad y el contrabando representa un importante "ingreso" para el sector público (léase Aduanas)- es más que posible que miles de productos aun no declarados sean tanto o más tóxicos que los de Fisher Price, pero que por su volumen, precio y evasión de controles son una avalancha incontenible en los hogares peruanos.
Además la débil legislación y regulación que tenemos sobre el tema es inútil, más aun cuando esa debilidad es saltada con palitos de fósforo por todos los malos comercializadores, bajo la mirada inerte (y la mano tendida) de las autoridades (in)competentes.
Es entonces responsabilidad de todos los padres de familia informarse acerca de las diversas maneras de detectar si un juguetes es tóxico, o por lo menos ilegal. Empecemos por evitar comprarlos en la calle o en locales informales. Que siempre tengan etiquetas, recomendaciones, que no tengan colores fosforescentes, olores penetrantes, que no se despinten fácilmente, etc.
La gran mafia de la contaminación lúdica debe estar llamando desesperadamente a su competencia de Fisher Price, rogándoles que no hagan más olas sobre el tema. Es cierto que las olas se irán y el tiempo hará el resto. Quienes sigan alertas estarán en ventaja.